miércoles, 24 de septiembre de 2008

Lo que pasa es que la gente no dice lo que dice (4)

Ya te digo: las minitas pueden ser la perdición, y sino lo tenías que ver a mi hermano… ¿Sabés lo que podrías hacer, para comprobar esto que te digo? Agarrá una foto de Pablito a los veintipico, arriba del escenario, pura adrenalina, puro carisma, y otra de ahora, ponele la foto que nos sacamos después, para recordar el cumpleaños de mi vieja. Es como el antes y el después en esos avisos de las dietas: no es la misma persona, hubo una transformación tan grande que no es la misma persona, si hasta en una foto está con cara de ojete y en la otra es pura sonrisa. Claro que con él era al revés: él era pura sonrisa antes, y después se convirtió en eso que criticaba en sus canciones. Si tenías que verlo, cuando descorchó una botella de vino, cuando ya estábamos en la mesa, y se puso a oler el vaso y dijo riquísimo. Lo que decía, el subtítulo, era yo hice un curso de degustación, yo soy importante. ¿Y a mí qué carajo me vas a correr con eso de saber de vino, si puedo tomarme cuatro birras de litro al hilo? Además, loco, yo ya me había dado cuenta, el flash ya había estado, ahí, a mí ya no me engañaba con esa carita de culo roto: yo ya sabía que él era infeliz, ¿entendés? Y yo ya sabía otra cosa, y de eso me había dado cuenta en el mismo momento, de cómo la mina lo había chupado, de lo infeliz que era. Yo sabía que si algo lo había sacado de su camino, entonces algo lo podía devolver a su vocación. Y yo sabía que el mejor regalo que podía hacerle a mi vieja era que Pablito fuese feliz, pero que fuese feliz hasta en los subtítulos. La cosa era simple: tenía que hacer mierda a mi cuñada. Pero hacerla mierda como ella debía haber hecho mierda a mi hermano. Porque estoy seguro de que la turra no le debe haber dicho voy a cagarte la vida, voy a arrancarte el corazón, voy a sacarte la música del alma. No señor. La mina debe haberle dicho otras cosas, mientras que el subtítulo… ¿me entendés?. El tema es que no siempre estamos en condiciones de ver los subtítulos de la vida, y Pablito, de enamorado, de pelotudo que estaba, no los había visto. Enamorarte de una mina es como estar en la fila uno del cine en la trasnoche del sábado: la pantalla es inmensa, y tenés que elegir si mirás a los actores o si leés los subtítulos. Y si estás enamorado elegís mirar a los ojos de la minita, y no llegás a ver los subtítulos a la altura del pecho, ¿entendés? Y entonces los subtítulos te envuelven, se te meten, escondidos. Ponele mi vieja: estoy seguro de que ella se había avivado de que a esa altura del partido su cumpleaños, a Pablito, le chupaba un huevo y medio, algo tenía que haber percibido. Pero lo quería tanto que lo miraba a los ojos. Y como te digo: a veces, si mirás a los ojos nada más, te perdés del cuadro completo. Pero yo ya no me perdía, y cuando mi hermano dijo eso de que el vino estaba riquísimo y el subtítulo dijo yo hice un curso de degustación, yo soy importante, agarré y le pregunté te acordás cuando tomábamos birra hasta que salía el sol, después de los recitales. Y lo dije mirándola a mi cuñada, no a mi hermano. La miré a ella, y el subtítulo en mi pecho decía cagaste, turra, voy a rescatar a mi hermano. Ella me miró hecha una furia, se dio cuenta enseguida. Mi vieja, pobre, ni se enteró: aplaudió, riéndose, y dijo que se acordaba cuando Pablito y yo llegábamos totalmente en pedo a la mañana, y ella nos tenía que meter a los dos en la cama. Mi hermano me dijo sí que me acuerdo, y lo dijo con los ojos clavados en la bandeja con milanesas a la napolitana, que mi vieja había hecho especialmente para él. Y lo que dijeron los subtítulos de mi hermano fue sí me acuerdo aunque me había olvidado. Ahí se desató el quilombo. Digo, si alguien grababa la charla durante la cena y después la escuchaba, no se hubiese dado cuenta. Pero si estabas ahí sí. Bueno, no necesariamente: mi vieja seguía en la suya, contenta por los sillones, porque estuviéramos todos juntos, por su cumpleaños número sesenta. Y Miguelito es muy nene, tiene cinco añitos, qué se iba a enterar. Pero mi cuñada, Pablito y yo sí que nos dimos cuenta. Cómo no íbamos a darnos cuenta, si se estaba jugando el futuro de mi hermano.

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